Al cumplir los 8 meses de vida, a veces los bebés comienzan a llorar de manera desconsolada sin motivo aparente. Muchos padres se desesperan y realizan una visita al médico de cabecera tratando de encontrar la causa de tanta molestia.
Allí descubren que su malestar no es provocado por la salida de los dientes ni por nada físico, sino como consecuencia del sufrimiento que siente por el primer desprendimiento de su vida. Este no es otro que el reconocimiento que él y su madre no son una misma persona, lo que le genera una gran angustia.
El principal síntoma suele ser las alteraciones en el sueño, por lo que se despierta muchas veces en la noche y sólo parece calmarse estando en brazos de la progenitora más que de costumbre.
Al comenzar a independizarse, el bebé siente que se aleja de su mamá, a quien hasta el momento vio como una prolongación de su cuerpo.
Con el paso de los meses, el niño fue adquiriendo nuevas habilidades y movilidad, ha ido incorporando otros hábitos alimenticios que lo van separando poco a poco de la dependencia generada por la lactancia materna exclusiva.
Si bien este proceso es natural, y suele ocurrirle a la mayoría de los niños, suele ser un periodo conflictivo para ellos, especialmente por la sensación de desprotección.
En general, durante esta etapa el apego a su mamá hará que rechace al resto de las personas, demostrando irritación extrema.
En ese momento, la madre se convierte en la única persona que le puede dar seguridad y confianza. Es probable que en este tiempo, desarrolle apego por algún objeto (un peluche, una mantita, el chupete) o empiece a chuparse el dedo.
La angustia del octavo mes no suele durar más que un par de semanas, aunque siempre dependerá de cada niño en particular.